La vida tiene muchos deberes, muchas responsabilidades, muchas obligaciones.
Una de todas esas obligaciones es hacernos decidir.
Creo que todos los días decidimos. Todos los días, al despertar, estamos decidiendo, una vez más, si ésa es la vida que queremos llevar.
Pero hay días en los que la vida se levanta más exigente y hace que la decisión sea, si cabe, mayor o, mejor dicho, crucial.
La vida nos pone en una encrucijada en varias repetidas veces.
Nos resistimos con todas nuestras fuerzas a decidir.
Mientras, la incertidumbre nos va matando.
Pero llega un día en el que te despiertas y todo ha cambiado. Presientes que la indecisión ha llegado a su fin. Ha tocado fondo.
Inevitablemente tienes una lista mental inconsciente de pros y contras.
Sin más, escuchas que tu boca dice: «Me voy. Se acabó. No lo aguanto más. Y no, esta vez no hay marcha atrás».
Y cuando te das cuenta has cerrado la puerta por fuera.
Y cuando te das cuenta estás pidiendo cajas en tu adorado estanco.
Y cuando te das cuenta tienes tu vida en cajas de cartón.
Y cuando te das cuenta estás negociando un alquiler con un desconocido.
Y cuando te das cuenta estás dándole las viejas y usadas llaves a tu compañero de vida.
Y cuando te das cuenta estás sentada en el suelo de tu nueva (extraña) casa rodeada de cajas de cartón repletas de vida.
Y cuando te das cuenta has vuelto a empezar.
Y es que, sin darte cuenta, habías decidido.
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Y, a veces, no puedo evitar preguntarme porqué decidas lo que decidas, nunca tienes la certeza de que decides lo correcto. Y, a veces, no puedo evitar pensar porqué, si sé que la decisión es la correcta, tuve que decidir así.
(Mayo de 2010).-