No sé si a vosotros os pasa. En mi caso, es una constante en mi vida: llegan etapas en las que leo y escribo sin parar; luego llegan otras en las que no hay nada que me dé más pereza en el mundo.
Bueno, pues llevaba un tiempo instalada en la segunda. Y de repente, no me preguntéis por qué, he vuelto a la primera.
Lo que pretendo con esta entrada, de forma breve (porque estoy sentadita en una terraza disfrutando de «De qué hablo cuando hablo de correr» y de un agua sin gas fría y una tapa de tortilla y croquetas de verdad) es transmitir que los libros y la escritura sientan bien.
Cuando cierro mi libretita marrón, llena de celo porque se estaba haciendo añicos de tanto pasearla en el bolso, o cuando hago una pausa en el libro de turno, normalmente lo hago con la misma sensación: no sé calificarla.
Es una sensación muy concreta que solo viene en estas dos situaciones. Pero me llena. Y habitualmente me hace sonreír.
Así que, conozcan o no esas dos etapas de las que les hablaba al inicio, lean! Escriban! Sienta bien! Es fantástico! Llena!
Sigo con mi agua sin gas fría… Y con mi libro y mi libreta… Ya no queda tortilla ni croquetas…
Yo llevo ‘ya-ni-me-acuerdo’ instalado en la segunda. Mi problema es que para subir a la primera (en mi caso se trata de un desplazamiento horizontal, no sé en el tuyo), hay muchos escalones y al ascensor está averiado. O sea, que eso… que tengo doce libros y unas cuarenta revistas esperando que llegue el momento en que puedan contarme sus cosas. Y de escribir, ni te cuento: alguna que otra incursión por la red para que entrene un poco la neurona. Nada que ver con la actividad frenética de hace unos años: un blog y actividad forera a tope. Cosas de la edad. Supongo.
Me despido bailando. Un vals. Deica outra.