Ayer me enfadé mucho. Y hoy, desde un respeto que ayer no concebía, quiero explicar por qué.
Las razones fueron dos, muy distintas pero muy relacionadas.
La primera de ellas es que no soporto ver cómo determinadas personas se creen con el derecho de tratar mal (entiéndase «mal» como de forma despreciativa, con formas inadecuadas, con una altanería de todo punto improcedente) a la gente mayor (entiéndase «mayor» como personita de avanzada edad que por -x- razones necesita algo más de ayuda que otras personitas con menos años).
No es que no lo soporte: es que me pone enferma.
Y ayer me puse enferma.
La situación era la siguiente: supermercado, 21.00 horas, señora de unos 55 años resabidilla preguntando dónde estaba no sé qué… Ok, hasta aquí todo bien. Acompañaba a esta señora y arrastraba una cesta de la compra, un hombre de unos… 85 años??? que en la otra mano llevaba un bastón sobre el que apoyaba cada paso que daba arrastrando la cesta.
Pues bien, este hombre de 85 años???? que estaba a las 21.00 horas en un supermercado cargando una cesta ya había visto lo que la mujer de 55 no encontraba y, cuando se disponía a alcanzarlo, la mujer, en un tono de esos que provocan unos fortísimos impulsos de dar un bofetón sin mirar a quién le cae, le dice: «Quieto, eh… Quieto…». A ese comentario le acompañó una cara de asco que bien merecía una patada en el culo.
Porque me considero una persona pacífica, me limité a ponerle cara de culo a la mujer hasta que me la vió yv a, posteriormente, mirar con cara compasiva al hombre que seguía sujetando su cesta de la compra.
Me fui indignada. Sí, eso es: indignada. Cada vez me gusta más esa palabra.
¿Que cuál es la segunda cosa que provocó mi enfado? Vamos a ver. Porque Ud. sea una personita de avanzada edad no se ha convertido en una especie de divinidad que merezca todos mis respetos y alabanzas. No, señor. Distingamos. Ud. se merecerá todos mis respetos si se los merece, y se los merecerá por las razones que sean y que nunca nada tendrán que ver con su edad, al menos no de forma categórica.
Es decir, señora de avanzada edad de ayer de la cola del súper, me resulta absolutamente indiferente que Ud. «solo» lleve tres cosas y yo, como Ud. bien se encargo de puntualizar, seis, esto es, el doble. Me resulta absolutamente indiferente, repito, o, en otras palabras, me la trufa. Y me la trufa, me la suda, me la sopla, independientemente de que tenga Ud. 70 años, porque está Ud. como una rosa, porque puede estar de pie media hora dándole al pico sobre la vecina del segundo, porque puede agacharse hasta el infinito para conseguir un pan con una fecha de caducidad más larga, porque se pasa una hora en la peluquería del barrio rígida como una escoba para que las mechas queden a su gusto, porque no me gusta que se rían de mí, porque a mi tampoco me place esperar una cola para, encima, pagar.
Así que no, señora de avanzada edad de ayer de la cola del súper, no me diga que seguro que soy una indignada de esas, que vaya mala educación, que la juventud de hoy en día está perdida, porque lo que pasa, señora de avanzada edad de ayer de la cola del súper, es que tiene Ud. un morro que se lo pisa.
Así que tan pichi que me quedé allí, dándole la espalda, haciendo que su espera durase unos minutos más que la mía y sintiéndome la más respetuosa de las indignadas porque en algo sí tenía razón, señora de avanzada edad de ayer de la cola del súper, indignada estoy un rato.
En fin, ayer me enfadé, y mucho. Y mira que yo no soy de esas que se enfadan pero, ya ves, todos tenemos días…
[…] mercancía fue tranquila (no como otras veces en las que suceden cosas que me sacan de quicio…https://coordenadasdexistencia.wordpress.com/2011/10/19/ir-a-hacer-la-compra-da-para-mucho/) y yo, personalmente, encontré todo lo que había ido a […]