Muchas veces no somos conscientes de lo bueno que es y lo bien que sienta abandonar la vida que llevamos por unas horas y trasladarnos a una vida anterior o futura.
Este jueves puse en práctica la primera opción, es decir, abandoné mi vida actual (que implica abandonar de forma imaginaria Madrid, el trabajo, las responsabilidades, la rectitud, la exigencia a mí misma), y me abandoné a una noche de jueves en buena compañía, con vino, música de Extremoduro, Marea, Barricada, Platero y tú, sin importar la hora ni el trabajo que hacer al día siguiente. Volví de forma ficticia a mi añorado Santiago, a sus noches de jueves, a la falta de responsabilidad de la forma en la que la entiendo hoy día… Y me sentí bien, y me sentó bien.
No os voy a engañar. El viernes no fue precisamente memorable… Pero ésa también era una forma de recordar aquellos viernes post-jueves y aquellas sensaciones tan concretas y, de alguna forma, extrañadas.
Supongo que la noticia de que Liberty cierra sus puertas (de forma temporal o no), también ayudó a prolongar todo lo sentido la noche de jueves y a recordar tantos momentos allí metida a las 7 de la mañana… Con el Ojalá de Silvio Rodríguez (el subconsciente y mi realidad actual me hacen llamarle durante décimas de segundo, Silvino), y Sin (los) documentos de Los Rodríguez.
Cuántas risas, cuántos bailes, cuántas copas, cuántos años, Liberty.
Esperemos que se trate de algo temporal, porque como lo hicimos mi padre y yo, me gustaría que también mis hijos pudiesen pisarla y decir algún día eso de «mi abuelo y mi madre venían a esta discoteca cuando estudiaron la carrera».
Si al final la crisis o la moda deciden que tienes que dejarnos de forma definitiva, gracias, Liberty, por tantos buenos momentos.