Me acaba de dar la risa sola pensando en algo que dije la madrugada del domingo…
Sí, qué le voy a hacer… Hoy tengo el día espesito… No me apetece nada trabajar… Los tres borradores de demanda siguen a medio hacer… Me apetece escribir, sí, pero no sobre reclamaciones de cantidad consecuencia de incumplimientos contractuales… Ni sobre ejecuciones de sentencia que al imbécil de turno no le ha apetecido cumplir, para variar, claro…
En fin, que me acabo de reír sola, como decía, pensando en algo que dije el sábado por la noche, con una cara tremendamente seria (puedo imaginarla) y con una aplastante sensación de «lo estás haciendo otra vez».
¿Qué dije? «Ya soy mayorcita, así que, si no te importa, lo que me conviene lo decido yo. Jamás voy a permitirte que decidas por mí».
¿Por qué me acabo de reír? Fácil: siempre que he dicho eso y a continuación he tomado una decisión… Me he equivocadoooooooo!!!! Si bien es cierto que la primera decisión tomada después de pronunciar esas palabras fue pedirme otra copa, no es menos cierto que mi cuerpo (compuesto por cabeza y corazón) decidió algo más.
Así que, señores, les avanzo que la madrugada del domingo 13 de noviembre decidí, en resumidas cuentas, volver a equivocarme.
Sí, esta vez seré yo misma la que me diga: «Ya te lo advertí, Sabela, ya te lo advertí…».